Foto Erika Ramirez UMV |
Pero luego llegaron ellos, los que venían del otro lado, de
ese mundo de centauros y metales, de
otra lengua y otras formas de existir. Y a partir de allí los caminos
cambiaron, ahora eran rutas empedradas
para facilitar el paso de la herradura del caballo. Es así como enfrentamos el tránsito de las
huellas y el sendero al “Camino Real”, y
estos se hicieron las rutas para llegar a Santa fe, ahora la capital del Virreinato
de la Nueva Granada, y al lado de los caminos reales se levantaron casas en
yeso y bareque, y es entonces que de
naturas nos transformamos en calles, calles empedradas, calles para el carruaje
y el caballo; y el camino se hace inherente a la casa, la calle y el
ser humano, un tríptico perfecto de la cotidianidad iba construyendo lo que se
entiende por ciudad, por urbanismo, por Bogotá.
Así transcurrieron algunas décadas, centurias, y entre
colonialismos e independencias, entre repúblicas centralistas y federales, entre guerras civiles y diez constituciones,
entre la esclavitud y la abolición, y
entre la pérdida de un pedazo de tierra gigantesco en la frontera con Centro
América, aparece el siglo XX a nuestros
ojos, y con éste, el invento del siglo,
el automóvil, la evolución del
primer prototipo hecho por Henry Ford cuyas ruedas eran de madera, ahora transmutaban en neumáticos de caucho y por
ende, el camino real se relegaba a una
mera nostalgia de tiempos anteriores, quedando algunos de ellos en el Chorro de
Quevedo o la hacienda “Montes”.
El concreto aparece entonces por lo que antes fue camino
real, y por lo que mucho antes eran los senderos marcados por los pasos del
muisca. El concreto se toma Bogotá, y no sólo el concreto, el siglo XX trajo la ampliación de la ciudad
en todos sus frentes, una explosión entre la rosa de los vientos se
replegó más allá de la sabana hasta conectar con municipios como Suba, Usaquén,
Usme, Bosa, Fontibón, Engativá y Sumapaz.
Del concreto vino el asfalto, y con el asfalto las vías que hoy
conocemos, conectando barrios,
construyendo territorios, construyendo cotidianidades adscritas a la vía y a
las respectivas casas levantadas en sus contornos. La vía,
ese lugar donde comulgan los todos con los todos, la diversidad y la
comunión, los vecinos, la tienda, la chaza. La vía que se cierra el domingo para
el partido de banquitas, la vía que nos despide en las mañanas y nos recibe en
las noches, la misma que contempla nuestros amaneceres se encuentra allí, al otro lado de la puerta, expectante,
acompañando la vida colectiva y la cotidianidad, acompañando los pasos
de los pies y los neumáticos,
acompañando la correría de los niños,
el juego de los adultos, la vida
que se arma en el barrio, la vida que nos toca a todos.
La vida de las calles, el corazón de la vía se prepara para
un nuevo amanecer, la Bogotá Humana se prepara para despertar de nuevo el
corazón de la calle, para rejuvenecer
sus texturas y sus pieles, para recuperar sus formas, para revestirla de nuevo,
y en este nuevo renacer están los rostros de todos nosotros que vivimos la vía
porque nos es propia, porque sobre sus asfaltos y sus losas conocimos y
reconocimos el mundo, el amor, la familia, los amigos, y todo eso que nos permite
encontrarnos en la vida.
En el principio fueron los pasos del muisca entre la
sabana, hoy son las ruedas de caucho y
los zapatos quienes escriben la historia sobre el suelo. En el principio fueron
caminos, hoy es la calle, y con ella,
las marcas de los pasos que nos corresponden escribir.
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