La Quimera, un
personaje mitológico de la Grecia Antigua,
era un animal horrendo de cola de serpiente y cabeza de león, que
atemorizaba a los aldeanos del Asia menor.
Esos son los primeros registros que tenemos del término, mas con el tiempo, el término derivó en concebir a la Quimera como todo lo que representa ilusión, todo lo
imaginario, es entonces que la Quimera dejó de ser un monstruo que esparcía
horror para convertirse en todo lo que significan los sueños.
Es así que un día, en el barrio Gonzales Gooding, sobre la calle 70ª entre carreras 19 y 20, un par de artistas
escénicos, Fernando Ospina y Jorge
Prada, llegaron a adquirir una casa,
propiedad de ese entonces de la abogada Sonia Arévalo, la cual costaba de tres plantas, un solar y
un ático. Sobre este solar, y con el esfuerzo de sus fundadores, se
levantó hace más de treinta años el
Teatro Quimera.
El teatro se encuentra ubicado en mitad de la calle descrita
anteriormente, puesto allí como
epicentro de la vía y generando vida alrededor
de la misma. Antes de la llegada del
teatro a esta calle, sus habitantes veían pasar el tiempo en una cotidianidad
común, en donde el día y la noche
repetían la estrofa de una misma forma de existir. Sin embargo,
la aparición del teatro trajo consigo
la alteración de ciertas formas de existir en el barrio,esas que aún prevalecen y hacen de esta calle tan distinta a cualquier otra, y tan común, según la hora del día.
El teatro ofrece sus funciones de jueves a domingo, y así mismo realiza el festival de piezas cortas en el mes de
junio y el festival de autores colombianos “Enrique Buenaventura” en el mes de octubre, el teatro no se detiene en el quimera, y entre obras de repertorio, estrenos y
grupos invitados, la Calle 70ª se convierte en un centro de acogida cultural
todas las noches de fin de semana.
Durante el día, la
calle 70ª entre carreras 19 y 20,
transcurre en su total normalidad. Doña
Cecilia, la dueña de la miscelánea, abre su negocio a eso de las diez de la
mañana. La tienda de Maniquís ubicada en la esquina de la 70ª con 20 abre
comúnmente desde las ocho de la mañana, las señoras salen a realizar sus compras de víveres, los niños regresan del colegio sobre el medio
día, el lavadero de carros atiende normalmente, y todo parece transcurrir sin
sobresaltos ni invitaciones a transformar un poco la cotidianidad del día.
Pero acude la noche, y con ésta, las puertas del teatro se
abren. Doña Cecilia cierra la miscelánea
sobre unos minutos después, la tienda de
maniquís ya ha cerrado desde las cinco y esperan expectantes la apertura del
teatro, las señoras ya no traen el vestido de casa, y se han acicalado con sus trajes de salir,
simplemente para cruzar la cuadra.
De pronto una fila de
personas se agolpa sobre las puertas del teatro y con boleta en mano se
preparan para asistir a la función respectiva, ya sea de Ausencias, Faustos, La Noche del Matador o Bartebly, la noche trae consigo la quimera, y todos los vecinos se preparan para una
noche más de teatro, entre ensoñaciones
de otros mundos que ocurren en la casa de al lado, y a la cual se dirigen, como cualquier visita
de vecinos a las siete y media de la noche.
Durante estos treinta años, el Teatro Quimera ha producido alrededor de 300
espectáculos teatrales, ha visto pasar
actores, algunos más de prisa y otros con mayor tiempo de quietud. El teatro ha visto pasar generaciones
en el quehacer de un arte que cada vez se olvida más en estos días, y que tanto pide el alma para regresarle su
sentido. Durante treinta años el teatro ha permanecido sobre la calle 70ª, construyendo una forma de vida en un barrio
que creció con el siglo XX, y el cual permanece casi que intacto entre sus
construcciones y el aire que expide, ese mismo
oxígeno de nostalgia de una Bogotá anterior a esta, con otros seres y
otras formas de vivir el tiempo.
La Función ha terminado, los vecinos se despiden del teatro
con un buenas noches, con un hasta mañana, puesto que al despertar al día
siguiente, el teatro continuará ahí, eso lo saben de sobra, saben que el teatro llegó para quedarse, que el teatro hace parte de ellos y de su
realidad común, y por lo tanto, ese
tránsito entre la vigilia y el sueño, entre la quimera y la realidad, sólo
tiene una frontera invisible, que se forma entre los umbrales del portón de
salida del mismo, ellos tienen la quimera, el sueño, la ilusión en completa germinación a un
costado de sus casas y sus existencias propias,
haciéndolos parte de su vida diaria, y entendiéndose así mismos , como un viaje entre la imaginación y la realidad
en los que se les va la vida.
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