martes, 14 de mayo de 2013

FANTASÍAS DE GONZALES GOODING EN BARRIOS UNIDOS I PARTE (Entre la Realidad y la Quimera)



La  Quimera, un personaje mitológico de la Grecia Antigua,  era un animal horrendo de cola de serpiente y cabeza de león, que atemorizaba a los aldeanos del Asia menor.  Esos son los primeros registros que tenemos del término,  mas con el tiempo,  el término derivó  en concebir a la Quimera  como todo lo que representa ilusión, todo lo imaginario, es entonces que la Quimera dejó de ser un monstruo que esparcía horror para convertirse en todo lo que significan los sueños. 
Es así que un día, en el barrio Gonzales Gooding,  sobre la calle 70ª  entre carreras 19 y 20, un par de artistas escénicos, Fernando Ospina y  Jorge Prada, llegaron a adquirir una casa,  propiedad de ese entonces de la abogada Sonia Arévalo,  la cual costaba de tres plantas, un solar y un ático.  Sobre este solar,  y con el esfuerzo de sus fundadores, se levantó hace más de treinta años  el Teatro Quimera.

El teatro se encuentra ubicado en mitad de la calle descrita anteriormente,  puesto allí como epicentro de la vía  y generando vida  alrededor de la misma.  Antes de la llegada del teatro a esta calle,  sus habitantes veían pasar el tiempo en una cotidianidad común,  en donde el día y la noche repetían la estrofa de una misma forma de existir.  Sin embargo,  la aparición del teatro trajo consigo  la alteración de ciertas formas de existir en el barrio,esas que aún prevalecen y hacen de esta calle tan distinta a cualquier otra, y tan común, según la hora del día. 
  
El teatro ofrece sus funciones de jueves a domingo, y  así mismo realiza  el festival de piezas cortas en el mes de junio y el festival de autores colombianos “Enrique Buenaventura” en el mes de octubre,  el teatro no se detiene en el quimera,  y entre obras de repertorio, estrenos y grupos invitados, la Calle 70ª se convierte en un centro de acogida cultural todas las noches de fin de semana. 
Durante el día,  la calle 70ª entre carreras 19 y  20, transcurre en su total normalidad.  Doña Cecilia, la dueña de la miscelánea, abre su negocio a eso de las diez de la mañana.  La tienda de Maniquís  ubicada en la esquina de la 70ª con 20 abre comúnmente desde las ocho de la mañana, las señoras  salen a realizar sus compras de víveres,  los niños regresan del colegio sobre el medio día, el lavadero de carros atiende normalmente, y todo parece transcurrir sin sobresaltos ni invitaciones a transformar un poco la cotidianidad del día. 
Pero acude la noche, y con ésta, las puertas del teatro se abren.  Doña Cecilia cierra la miscelánea sobre unos minutos después,  la tienda de maniquís ya ha cerrado desde las cinco y esperan expectantes la apertura del teatro,  las señoras  ya no traen el vestido de casa,  y se han acicalado con sus trajes de salir, simplemente para cruzar la cuadra. 
De pronto  una fila de personas se agolpa sobre las puertas del teatro y con boleta en mano se preparan para asistir a la función respectiva, ya sea de Ausencias, Faustos,  La Noche del Matador o Bartebly,  la noche trae consigo la quimera,  y todos los vecinos se preparan para una noche más de teatro,  entre ensoñaciones de otros mundos que ocurren en la casa de al lado,  y a la cual se dirigen, como cualquier visita de vecinos a las siete y media de la noche. 
Durante estos treinta años, el  Teatro Quimera ha producido alrededor de 300 espectáculos teatrales,  ha visto pasar actores, algunos más de prisa y otros con mayor tiempo de  quietud. El teatro ha visto pasar generaciones en el quehacer de un arte que cada vez se olvida más en estos días,  y que tanto pide el alma para regresarle su sentido. Durante treinta años el teatro ha permanecido sobre la calle 70ª,  construyendo una forma de vida en un barrio que creció con el siglo XX, y el cual permanece casi que intacto entre sus construcciones y el aire que expide, ese mismo  oxígeno de nostalgia de una Bogotá anterior a esta, con otros seres y otras formas de vivir el tiempo. 
La Función ha terminado, los vecinos se despiden del teatro con un buenas noches, con un hasta mañana, puesto que al despertar al día siguiente, el teatro continuará ahí, eso lo saben de sobra,  saben que el teatro llegó para quedarse,  que el teatro hace parte de ellos y de su realidad común, y por lo tanto,  ese tránsito entre la vigilia y el sueño, entre la quimera y la realidad, sólo tiene una frontera invisible, que se forma entre los umbrales del portón de salida del mismo, ellos tienen la quimera, el sueño,  la ilusión en completa germinación a un costado de sus casas y sus existencias propias,  haciéndolos parte de su vida diaria, y entendiéndose así mismos ,  como un viaje entre la imaginación y la realidad en los que se les va la vida.


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