Sobre una piedra sobreviviente de tiempos anteriores a la
urbanización, don Andrés Galeano
recuerda el prominente pantano que existía previo a la fundación del barrio.
El barrio “El Pantanito”, fue en principio lo que su nombre
describe, un pantano emboscado de algas
y maleza, circundado por algunas
hectáreas de bosque aledaños al antiguo municipio de Usaquén. Allí llegó don Andrés Galeano a sus cortos
veinte años de edad y sus cinco hijos,
adquiriendo un lote sobre el pantano dragado por la módica suma de cinco
pesos; y a partir de allí, contando con algunas varillas de guadua y la ilusión
encima, levantó una casita pequeña para
su familia, y un pequeño establo para la
cría de cerdos, gallinas y unas cuantas
ovejas que alcanzó a conservar en sus primeros años.
En el principio sólo era él y el pantano, apenas se observaban algunas casas
levantándose a lo lejos, por lo demás,
don Andrés se ubicaba sobre un lugar en el mundo que aún olía a verde y
agua fresca, a ruiseñores y cantares de
gallos a la mañana, atardeceres entre el
espejo de agua los rayos pronunciados
sobre los pastizales. En el principio sólo era esto, pero el tiempo trajo más familias a los lotes
aledaños, y finalizando la década del sesenta del siglo XX, el pantanito se
había convertido en barrio, y lo único que conservaba de pantanito era su
nombre.
Así recuerda Don Andrés Galeano sus primeros años, sobre esa piedra
que aún se sostiene empotrada desde antes de su llegada al pantanito, y luego
vinieron los años segundos, cuando ya la cotidianidad debía ser otra, cuando ya eran más y por tanto otras formas
de necesidad aparecían ante ellos. No tenían servicios públicos, no tenían
vías, no tenían conexión alguna con el resto del mundo, y es así que lo primero
era conseguir las redes de acueducto, canalizar el vallado por donde bajaban
las aguas negras de los barrios orientales de Usaquén, proveer de agua a los vecinos, en síntesis,
había que llevar “agua al pantano” y fue entre los primeros veinte vecinos que
lograron conectar una red de agua y con tubos de 3/2 pulgadas, conectaron el
agua con el pantano, conectaron el pantano con la urbe.
Pavimentar las vías sería lo segundo, y después de muchas luchas
ante las entidades distritales de aquel tiempo, quien en realidad terminó
pavimentando el barrio fue el Ejército Nacional, y a mitad de la década del
setenta, el pantanito tuvo una malla
vial asfaltada. Habían sido diez años de
trocha y barro, habían sido diez años de la trasformación del pantano al
pantanito, sin embargo, un tramo quedó faltando en esa intervención,
un tramo que le correspondía precisamente a la vivienda de don Andrés Galeano.
Don Andrés se levantó entonces y pidió amablemente a la gente del ejército la
terminación del tramo, ellos adujeron que no podían continuar por falta de
material, pero a su vez le dijeron que
no se preocupara, que ellos regresaban en una semana a terminar el trabajo. Don
Andrés se sentó en la misma piedra en la cual lo encontramos hoy, y desde allí empezó a esperar, y pasó el
tiempo, año tras año, y de años se pasaron a décadas y de décadas un nuevo
siglo sin que Don Andrés Galeano terminara su espera.
La Unidad de Mantenimiento Vial arribó sobre los primeros días de
mayo de 2013 a iniciar la recuperación de la carrera 14d entre calles 163ª y
164 finalizando sobre ese tramo mencionado.
Casi cuarenta años de espera, le correspondieron a este vecino
octogenario, de una vida común que vio pasar sus días sobre una casa levantado
en un pantanito, uno que sobrevive tras el concreto de las casas, sobre las
losas de los andenes, sobre el asfalto, uno que subyace entre la tierra
observando pasar el mundo desde la profundidad del suelo .
Si se continúa caminando por la carrera 14 d en dirección a la calle
163b, girando la mirada 45 grados a la izquierda y levantando la mirada en un
ángulo de 45 grados, sobre un balcón de madera se puede contemplar la imagen de
don Félix Calentura, un hombre de
noventa años que ve pasar la vida a través de la vía mencionada. Su conexión a un tanque de oxígeno no le
permite hablar, apenas se puede contemplar sus ojos desde lejos y desyerbar el
pasado incrustado tras sus huellas, por lo tanto su voz se manifiesta en su
hijo, Ángel Calentura de 52 años de edad, quién se dedica al oficio de la
carpintería, tal como lo hizo su padre y sus respectivos ancestros.
La Familia Calentura
arriba al Pantanito a finales de los setenta,
cuando el sector era conocido como “barrio obrero”, en principio
alcanzaron a conocer el último tramo histórico de la trocha y presenciar el
proceso de pavimentación del barrio. En realidad a esta familia no le
correspondieron los grandes avatares de los primeros años y los primeros
fundadores. Sin embargo, aún el fantasma
del pantano sobrevivía con más fuerza sobre el suelo. La construcción en
ladrillo y concreto ahogó el canto del
agua sobre el concreto en una parte,
pero la parte restante correspondiente a la casa que esta familia construyó,
fue ahogada con el aserrín que producía la carpintería.
La llegada de los
Calentura al Pantanito no fue en principio nada sencilla, mucho menos para
Ángel, quien venía de vivir la aventura de su vida. Su tiempo de servicio en la
Marina lo llevaron por tierras y viajes inimaginables para él, recorrer el océano en el Buque Gloria, así
como en lanchas patrulleras, como la Espartana, y el submarino Pijao, desembocó con el tránsito de su familia del
barrio Chapinero al Pantanito, y después de experimentar su gran aventura en el
mar, aterrizaba en un pantano por construir.
Sin embargo y desde entonces, don Ángel Calentura ha labrado la madera
desde su carpintería ubicada en el solar de su casa, construyendo muebles y vida, construyendo familia
y comunidad.
La Unidad de Mantenimiento
Vial y la Bogotá Humana aparece entonces en Usaquén atravesando segmentos que
antes fueron agua, agua que subyace y
permanece, agua que sustenta el suelo y lo dignifica, el agua limpia y transforma, libera y sobrevive, el Pantanito es ese
pantanito que ejerce su alma sobre sus calles y viviendas, sobre el sol de la tarde y los amaneceres
sobre la calle 164, el Pantanito ve un renacer de sus vías, de sus calles, por estos tiempos y por estos días.
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