Los comuneros habían
arribado a Santa fe, luego que José Antonio Galán le perdonara la vida al regente Juan Fernando Gutiérrez de Piñeres
por allá en la Villa de Honda cuando éste
fraguaba su huída. Los comuneros arribaron a las postrimerías de Santa
fe, cuando Berbeo, en una negociación a puerta cerrada, vendiera todo el
movimiento a cambio de la vida de todos, entre ellos, del caudillo Galán, quien
fuese colgado y descuartizado en la plaza mayor de Santa fe, y sus restos fueran arrastrados por la calle
real, (hoy carrera séptima) escarmentando a los ojos de todos, lo que ocurre
cuando el pueblo se levanta en contra de las tiranías. Los comuneros arribaron a Santa fe, y una
tribu indígena que seguía el movimiento
revolucionario, se instaló para quedarse
sobre los cerros orientales de la ciudad, unos metros más arriba del santuario
de “La Peña”. Desde entonces, desde finales del siglo XVIII esta tribu denominada “Los Laches”,
estableció su caserío allí, hasta que el tiempo mismo decidiera lo contrario.
Los Laches, fue por
mucho tiempo un caserío indígena, lo fue durante el lapso restante de la
colonia y el primer siglo de la república, cuando la ciudad de Bogotá, apenas comprendía el centro histórico,
Teusaquillo, las Cruces y San Victorino; y fueron estos Laches quienes conservaron
el lugar, protegiendo los afluentes de agua que daban
nacimiento al río Fucha y San Francisco,
por décadas y décadas, hasta el día en que la ciudad empezó a expandirse
de lado a lado y punta a punta; y fue así como llegaron moradores nuevos al
territorio de los Laches, pero estos no
eran indígenas, eran pobladores mestizos
que venían de otras tierras buscando en la ciudad de Bogotá otra forma de vida,
otras posibilidades de existencia, asentándose en este territorio ya
ocupado, que hoy constituye uno de los
barrios de la Localidad de Santa fe, en
el sector de Centro Oriente, cincuenta
metros de altura del centro histórico de la Candelaria.
El barrio como tal se constituye en la segunda mitad
del siglo XX, cuando los ocupantes
empezaron a levantar sus casas, algunas entre latas de zinc y madera vieja,
algunos otros lograron levantarla en ladrillo, pero todos ellos, a espaldas de
la ciudad que no los reconocía y por mucho tiempo, ni los percibía.
Carlos Julio Camacho, llegó
a los Laches en el año de 1989, allí construyó su casa sobre lo que hoy es la
calle 7ª entre carreras tercera y cuarta Este,
aunque la denominación de “calle” apenas respondía a una nomenclatura,
pues la vía, correspondía a un terreno escarpado por donde no era posible que
trasegara ningún tipo de vehículo, era
una verdadera trocha, escondida entre
una hilera de casas sostenidas sobre la
pendiente del cerro, rebordeados por plantaciones de eucalipto, que las
escondía de la vista de todos. Esto era
la calle 7ª, y por lo tanto, el acceso y
la movilidad como derecho, era tan solo una imagen lejana a la cual las manos
no alcanzaban, lo único a lo cual podían alcanzar y como lo describe Carlos
Julio, correspondía a deslizamientos de tierra por la lluvia, empozamientos de agua, virus, bacterias deambulantes, una serie de problemas a los cuales nadie presentaba solución
alguna.
Y así pasaron veintitrés años, entre luchas de la Junta de Acción Comunal, entre solicitudes, firmas recogidas, diligencias que no daban respuestas, promesas electorales que caducaban cuando las urnas se cerraban, y así transcurrieron veintitrés años, y la calle seguía escarpada, por donde ni una ambulancia podía acceder, y en vez de ello, esa calle se convirtió en el basurero del sector, adonde llegaban todos los residuos del sector y sus aledaños, y entonces el vivir en la calle 7ª cada vez era más difícil, más oscuro, más desesperanzador.
Los Cabildos de 2012
tuvieron eco, y en el presente año del 2013, año de la Bogotá Humana, las cuadrillas de la misma llegaron a la
calle 7ª a resolver un problema que acudía solución desde hacía mucho tiempo,
la construcción de la vía, después de años de lucha por conseguirla tuvo lugar, y los vecinos de la Calle 7ª del barrio Los
Laches, recibieron a los obreros con júbilo pues por primera vez tendrán una
vía de acceso a sus viviendas, porque por fin podrán recibir una visita, porque por fin podrán solventar los
deslizamientos de tierra, porque por fin podrán vivir en nuevo tiempo. La Calle
7ª entre carreras tercera y cuarta Este
se convierte en una realidad, una que parecía quedarse para muchos, en
una simple quimera cuyos ojos nunca aterrizarían en la realidad, pero para
Carlos Julio, como para Olga su hija, como para sus nietos, y demás familias
que habitan sobre esta calle, sus ojos se encontrarán con una vía por fin
asfaltada, rescatándolos de la segregación y del olvido.
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