Calle 42 carrera 13, una tarde
común de día de mitad de semana, la
innumerable cadena de buses que se agolpan sobre la estrecha carrera 13, la
innumerable cadena de rostros que caminan de sur a norte y de norte a sur, algunos camino hacia las
Universidades Piloto o Javeriana, algunos otros en dirección a las oficinas de
los bancos o de una que otra empresa ubicada en esta zona de la ciudad, una
innumerable cadena de locales comerciales que van desde cafeterías y fruterías,
papelerías, concesionarios de automóviles,
una cantidad de rostros flotantes que caminan todos los días sobre las mismas
aceras sin detenerse a observar donde se encuentran.
Y en el centro entre la calle 42
y la 43, sobre un pequeño parque empotrado entre la cafetería y la
Gaviria, se sostiene el busto de Carlos
E Restrepo, ese que fue presidente de
Colombia por allá en 1914, ese mismo que le ajustó cuentas a los gringos por la
pérdida de Panamá, ese mismo que redujo la deuda y recompuso el camino del
país, así fuese por un tiempo relativamente corto en el trasegar de esta
república, ese mismo se empotra allí acompañado
muchas veces de habitantes de calle que toman la siesta sobre las bancas o los
pastizales que se adhieren a este pequeño parquecito incrustado en uno de los
sectores más movilizados de la ciudad de Bogotá.
Esto es lo que conocemos del
barrio Sucre de Chapinero, aunque para la mayoría de nosotros ni siquiera sabemos que así se llama, que es
un barrio, que tiene un nombre, un registro catastral. Para la mayoría de los
Bogotanos es un simple lugar por donde pasan casi todos los días, y para una gran mayoría de los Bogotanos, es
ese lugar a donde fueron a despedir a su respectivo finado, nada interesante se despliega entre sus losas
y sus edificaciones, casi nadie se detiene a observar el busto de Carlos E Restrepo, o a conmoverse con aquellos que se estacionan en la Gaviria en
el rito profundo de la muerte. Simplemente es un lugar por donde se pasa, por donde sólo se encuentran locales y
empresas ubicadas, por donde al parecer nunca ha habitado nadie.
Rosa García es una de las últimas
residentes de este barrio, quién cuenta que llegó allí en los años
sesenta, cuando las casas eran casas, y
el barrio era para ser habitado, cuenta como en el principio, el sector se engalanaba de exquisitez entre sus formas, adquiriendo una casa cuyo diseño arquitectónico,
tanto interior como exterior, le daba a comprender que no le envidiaba nada a
vivir en Londres o cualquier ciudad Europea.
Este barrio sucre, esta pequeña bahía compuesta de quince casas de corte
inglés era hogar de una cultura netamente bogotana en la cual se tomaba chocolate
con queso a las cuatro de la tarde, y se
hablaba de arte, política y el destino del país.
Después de conversar con Rosa por algunos minutos, ella declaró con voz firme y sin reparo
- Y nosotros estamos vendiendo
Como los últimos, que abandonan el Sucre para dejárselo al
comercio como lo hicieron los demás,
abandonando una casa de esas que como pocas quedan en la ciudad pero que
son huellas de su misma historia.
Dicen que a los últimos que salen
deben cerrar y apagar la luz, la luz de
un barrio que ahora es un sitio de todos, un sitio de nadie, un sitio comercial de la ciudad.
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